CUANDO TÚ TE HAYAS IDO

La pobre es muy ingenua, a esta hora ya casi nadie pasa por
la calle, y ella podría venir sin que la vieran, como le gusta cuando se
percata que se acerca a la víctima.
Ahora mismo lo hará porque sabe que aquí estoy yo esperándola.
Yo, que me burlé de ella tantas veces y que supe tantas
veces también que con ella el asunto iba en serio, sé que llega, sé que ya
viene subiendo por algún lugar.
¿Tendré que ponerme linda?
Tal vez no, porque esto no es una ceremonia, porque esta
fiesta es entre ella y yo sin invitados, cuando se siente frente a mí, cuando
me pregunte por mi vida y mi equipaje, le diré que me espere y entonces como lo
hice no sé cuántas veces contigo, iré al peinador para mirarme al espejo, solo allí
sabré si ese que creo ser yo, sigue siendo yo o es otro distinto.
Siempre volví a la mesa donde me esperabas con la sonrisa de
no haberme ido, pues hoy no lo sabré a ciencia cierta, es posible que ese que
soy sea otro, y mientras mi nuevo yo vuelve a la ceremonia, yo regrese al
mundo, a las calles, para seguir haciéndolas como siempre de cansancio o de tedio.
Tal vez el mundo que fue mi vida, siempre que quise ser de
cualquier parte, siempre que volví al mar o a otro sitio, comprobé que estaba
atado a estas puertas y a estos rincones, y solo supe que era yo en medio del
desatado viento de la soledad y de la corte de los milagros que es cada esquina
de las vigorosas malas costumbres y miserias que todos exhibimos, llenos del
duro oficio de vivir, que se convierte en el vaporoso oficio del vivir nuestro
de cada día.
Yo soy alguien de aquí, de estas ventanas, que se abren
sobre las nubes, de estos soles fríos, de estos aguaceros torrenciales, de
estas gentes que van como turbiones sin destino.
Aquí hice mi vida, aquí luche por la libertad de ser de otra
manera, aquí vencí, aquí terminé por ser vencido, estoy solo en mi trabajo
silencioso, ni tu ni nadie quisieron entender de qué se trataba, se trataba de
poner las cosas en su sitio, de no dejarse vencer por las malas costumbres, por
los gestos de las personas indecentes, por la inmodosidad, por los malos
hábitos.
De eso se trataba, de romper el aire con el aire, las
palabras con las palabras, el amor con el amor y la verdad con la vida, se
trataba de conocer de que cada silencio tiene su melodía, y que cada vida su
muerte.
De eso se trataba, le diré ahora cuando llegue, cuando abra
la puerta, cuando se siente frente a mí, y me eche sobre la cara su aliento de
cenizas, le diré que no es necesario morir, porque la vida es un morir
continuo.
Le diré de mi amor por la vida, que me negó la vida, de mi
pasión por las formas sensuales del universo, de mi deseo de agua pura, de mi
necesidad de sed, sé que en este momento viene por ahí por mí, y aterroriza a
los perros ¿Oyes ladrar los perros?
Ya no ladran, aúllan por mí, porque ya no volveré a salir
por esta puerta, porque no seré más y ya solo una vez más bajare la escalera.
Sé que está aquí y que debo dejar que otros digan lo que
fueron mis palabras.
Ojalá que digan que fui fuerte como las nubes y débil como
las rocas, que fui sombra de varias sombras, que recuerden mi desolado amor y
mi tristeza. Que quise estar, estando y amar, amando.
Que estuve desde el comienzo de los tiempos y que nunca jamás
pero nunca jamás renegué de lo mío, que poco a poco fui siendo día a día, pero
que ahora vuelvo a lo esencial, que antes que las palabras están las letras que
son fragmentos de cada átomo del cerebro y antes de la música está el silencio,
que es la forma que toma la eternidad en este sitio, y antes del volumen la áspera
materia que hace cada cosa, que me hizo a mí y que hará al resto del mundo
hasta el fin de los siglos.
Llega la hora, como ella viene al asalto, sé que tal vez
entrará por la ventana ¡Ah, las ventanas!, con mis plantas de toda la vida y de
la imagen de la ciudad y de sus luces.
Ahora le dará paso a ella, la necesaria, la definitiva está
ahí, tengo miedo pero, no tengo miedo. Mientras ella saca del fondo de su túnica
un nudillo de huesos para golpear el vidrio de la ventana, mientras ella hace
con sus mandíbulas una mueca macabra y me indica que debo dejarla entrar,
porque está escrito yo entro dentro de mí y me despojo. Me despojo de amores y
de recuerdos, de dolores y de lágrimas.
Me despojo de mí mismo, me dejo aquí, me pongo sobre la
mesa, soy esta carta para mi único amor.
Para mi amor verdadero, soy esta desolación esta tristeza,
soy este deseo de ir más allá, más allá de comprenderlo todo, soy el único
desolado en soledad que fui toda la vida.
Ella está aquí, y yo la abrazo con amorosa desolación… La
abrazo y me resigno.
“El señor de las moscas”
Retranscrito por Stalin Salvatierra en el año 2003 -Diario La Hora-
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